Imagen destacada por Luis Eduardo Sarmiento Chávez

 

Texto por Diantres Alighieri

 

«Si un árbol cae en medio del bosque y no hay nadie para escucharlo ¿Suena?»

Pregunta poco frecuente de los corredores de bolsa de N.Y.

 

Esto ya era el colmo! Otra vez la playa negra. Malditos petroleros. Esa estación flotante los tenía pero jodidos. Ya iban tres meses de derrames consecutivos. Primero que una explosión, ahora que un choque entre naves. ¡No! ¡Qué tal! Los pescados bien escasos que si andaban y ahora con estos verriondos regando esa maricada negra por ‘onde les daba la gana.


La indignación se regaba por el pueblo costero. Ya nadie soportaba la presencia de esa empresa por allá en sus casas. El pescao se acababa y nadie les respondía. Algunos pescadores entregados al alcohol, entre los cuales se contaba a Don Pascual, alcohólico por obligación, se paseaban llorando por las playas negras con sus mujeres detrás replicándoles por que en la casa no había ni un céntimo. El gobierno local servía pa’ tres mierdas y el nacional ni sabía que existían. La fuerza pública, no era ni fuerte, ni pública. Y fue así como la población de El Colmo decidió unirse y hacerse oír.
Las pancartas aparecieron por primera vez un viernes nublado de agosto, cerca de las cuatro de la tarde, cuando Don Augusto, el del lunar en forma de caballo de mar en el cuello, se disponía a cerrar su tienda de luciérnagas. Eran pancartas blancas, negras, rojas, azules y de otros colores menos prostituidos. Primero medían 1 metro de altas, luego 2 metros, 2 metros y péguele, pero los López, venidos de la ciudad y conocidos por esa tendencia tan moderna de anhelo de inmortalidad quisieron hacer la más grande, que medía 12 metros de alto. La plaza a su vez, se comenzaba a llenar de personas con ollas, olletas y ollitas. Los niños cantaban canciones que no entendían muy bien, pero que sus padres y madres les habían enseñao pa’ que las vecinas vieran que el niño si sabía defender lo suyo. El alcalde del pueblo estaba de primeras alentando a sus conpueblerinos…
«¡Vecinos y vecinas! Ya es hora de que los estranjeros sepan quién manda. No nos vamos a dejar joder por sus barcos y su petróleo, esta tierra es nuestra y el pescao también ¡No joda! Vamos a hacer que vengan to’os los canales de televisión y todo. Pa’ mostrarles que aquí también pisamos fuerte. ¡Que se entere to’o el país de esto!».
Todo se iba preparando, las personas como termos de aguapanela de celador, se iban llenando y calentando. Ollas, pancartas, palos y cornetas al unísono se agitaban en el aire. La huelga general estaba establecida. Nadie trabajaba, nadie dejaba de gritar y la multitud se iba acrecentando. Las calles del pueblo repletas de ira temblaban ante el peso de la escasa, pero emberracada población. La plaza se llenó y esperaron…
No tenían servicio de teléfono así que tenían que esperar a que los camiones llegaran de po’ allámáspa’ dentro para decirles que el suministro de bienes resultado del trabajo de los pobladores de El Colmo, iba a dejar de circular para el resto del país.
El primer camión pasó a las 6 p.m. luego de dos horas de huelga y gritos permanentes. Era de una empresa de pescados y tornillos de una de las ciudades cercanas por la costa.
«Y Aquí ¿Qué pasó?» preguntó el confundido y agotado conductor.
«Que de aquí de El Colmo no va a salir ni un pescao, ni un tornillo y ni un nada más» respondió altivo el alcalde.

 

«Ah» dijo el conductor y se dispuso a dar reversa.
«Y así queridos conpueblerinos es como se hace la resistencia» dijo el alcalde y la turba lanzó una ovación al aire. Ese si era un alcalde, y los colmeños lo sabían.
Ese fue el primero de cinco camiones que pasaron durante ese día y el siguiente. Uno de una empresa farmacéutica que hacía sus remedios a punta de agua de coco, otra empresa de jabones a base de aceite de cangrejo, uno más de telas de araña marina y por último el camión que transportaba cierta parte del petróleo que salía de la estación flotante hacia el resto del país. Todos respondieron de la misma manera «Ah» y dieron reversa. El plan del pueblo parecía no funcionar.
Y viendo que su plan fallaba los colmeños quisieron cambiar su estrategia. Para la cual formaron la ACEPAN (Asociación de Colmeños Estrategas Para Acerse Notar). Conformada por el alcalde y sus dos hermanastros por parte de papá, quienes consolidaron una nueva forma de hacerse notar ante el país: Una ola de violencia. ¡Claro! Nadie le hace caso a gente con pancartas, pero a gente que daña cosas sí. Y así, se pusieron a dañar cosas. En el pueblo de El Colmo no había infraestructura producto del erario, así que todos los vecinos comenzaron a dañar cosas suyas que no les servían. Pedazos de submarinos rusos, trozos de asteroides, botes chinos del 5000 a.c, nubes tóxicas de Co2 y uno que otro beatle. De nuevo, nada pasó. Nadie llegó, ningún helicóptero de noticias, de esos helicópteros que Andrés Felipe quería ver desde hace rato desde su casa al borde de la playa.
La ACEPAN viendo frustrada su iniciativa gestó otra solución: El agotamiento de los recursos. ¡Claro! Nadie le hace caso a la gente que daña lo que no sirve, tenían que acabar con lo que si servía. Y así, los colmeños se pusieron en la tarea de acabar con lo que servía. Organizaron banquetes diarios para acabar con lo producido por el sector alimentario, Construyeron casas de 6 a 10.2 pisos para gastar todos los recursos de construcción, empuercaron el agua del río que desembocaba al mar cerca del pueblo, acabaron con la flora y fauna organizando jornadas de caza y deforestación diarias. Al concluir dos semanas de este comportamiento aún esperaban que llegara alguien. Pero nada.
De nuevo la ACEPAN se reunió y planeó una solución: Masacres. ¡Claro! Nadie le ponía cuidado a la gente que dañaba cosas que servían, sino a la gente que se mataba entre sí. Y así el pueblo de El Colmo mató a los ancianos del pueblo. Que terminaron siendo como 12 vejestorios más vivos que muertos agradeciendo ser condenados a tal descanso. El alcalde, iluminado por esa gracia tan conocida de los dirigentes políticos encontró otra solución: Masacres mejores. ¡Claro! Nadie le ponía cuidado a la gente que mataba personas que ya iban a morirse, sino a gente que apenas empezaba a vivir. Y los colmeños empezaron a matar a sus niños. Envenenaron la leche materna, escondieron serpientes venenosas en el desayuno de los más pequeños, colocaron arañas con toxinas fatales debajo de sus almohadas, les cambiaron el papel higiénico por papel de lija, llegaron incluso a lanzarlos al mar en ritos nocturnos. Pero nadie más que los colmeños se enteró del hecho.
La ACEPAN tuvo que reunirse por tercera vez y dio con otra gran solución: El Canibalismo. ¡Claro! Todo el mundo se mataba entre sí en todo lado, pero si ellos se comían unos a otros ahí si les iban a poner cuidado. Y se dispusieron a comerse a los gordos del pueblo. Primero los reunieron en la plaza central luego de una muy corta persecución. Los desnudaron y con una olla gigante (propiedad de los López) comenzaron a cocinarlo. Las mujeres del pueblo hicieron el guiso, mientras los hombres avivaban el fuego. Alrededor los niños se burlaban de los gordos hablándoles de cómo se los comerían. La hora de comer llegó y todo el pueblo se satisfizo con tan abundante alimento. De aquella atrocidad solo escapó el pobre Alberto, un gordo avispao que se escondió debajo de los botes del puerto. Nadie llegó al pueblo.
De nuevo la ACEPAN se reunió, estaban desesperados, la población se diezmaba y no habían podido hacer nada pa’ sacar a los extranjeros. Muchos ya cansados iban a sus casas a ver televisión, o por lo menos a fingir que la veían mientras en la pantalla miles de moscas revoloteaban en medio de un estrepitoso sonido. Otros mucho más entregados a la lucha seguían buscando a Alberto, el gordo faltante. Y otros simplemente esperaban la sabia nueva decisión de sus dirigentes. El alcalde dimitió aquel día y escapó en una lancha a la isla más cercana. Lo mató el hambre y el calor a los dos días, el cadáver fue encontrado en la playa una noche. Se lo comieron también. La moral del pueblo quedó por los suelos.
Ya sin esperanza el pueblo de El Colmo se disponía a rendirse cuando alguien encontró al gordo Alberto. Lo llevaron a la plaza central y lo pusieron en la olla gigante. Mientras lo cocinaban el pobre gritaba y les advertía «Desen cuenta partida de idiotas que no les van a poner atención, ya se comieron al resto, por uno más no van a venir…a menos que…» y se quedó en silencio. Los colmeños escucharon aquel «a menos que…» proferido por el gordo a punto de morir y decidieron escucharlo. «Nadie le pone atención a los que se comen unos a otros» dijo Alberto (o Beto, como le decían en el pueblo). «Algo que si nos haría notar ante el país sería que nos comiéramos nosotros mismos» finalizo el gordito sudando por el calor de la olla. Los colmeños alrededor fueron rompiendo el silencio con ovaciones de aprobación y entre risas y aceptación planearon el auto canibalismo que les daría el tan anhelado reconocimiento nacional. Antes, claro, se comieron a Alberto, tanta comida no se puede desperdiciar.
Los hombres y mujeres del pueblo en sus casas se cocinaban los brazos y piernas con miles de recetas distintas. Piernas al vapor, nalga frita, criadillas en salsa. Algunos se cocinaron en la calle para demostrar que su cuerpo era el más delicioso, que su carne era la más apetitosa. Los flacos prefirieron comerse en su casa con salsa BBQ (regalo de los extranjeros petroleros). A los tres días de este comportamiento había gordos amputados por todo el pueblo, arrastrándose por las calles y callejuelas rogando ser cargados o por lo menos asesinados. El cadáver de Alberto aún adornaba la plaza y parecía reinar sobre aquel monstruoso resultado de su última idea de gordo. Todos comenzaron a morir pronto y los cadáveres adornaron aquel pueblo costero.
Un pescador que volvía de la ciudad encontró al pueblo desierto y repleto de sangre, cuchillos y recetas extranjeras por todos los lugares públicos. En las casas algunos flacos habían muerto llorando de hambre, y los más rellenitos se habían atragantado con sus propios miembros. Vio hombres castrados con pinchos en la mano, niños sin orejas y sin ojos, mujeres que habían fallecido masticando sus pezones…Un sincero espectáculo de auto canibalismo. Aterrado el hombre corrió 22 kilómetros hasta la ciudad más cercana y contó lo que había visto. Pronto el pueblo se llenó de curiosos, morbosos y/o periodistas. La historia se contó internacionalmente «¿MASACRE O SUICIDIO COLECTIVO?» se preguntaban los periódicos.
Los movimientos sociales se levantaron en nombre de la indignación durante casi un mes de manifestaciones. Exigían la salida de la multinacional petrolera del país. «No es justo» decían «Pobres pescadores» lloraban otros. El gobernador del departamento al que pertenecía el pueblo de «El Colmo» le preguntó en vivo a un activista: «¿Para qué quiere que se vayan los petroleros si ya todos los colmeños están muertos?» y el joven no supo que responder. En esa misma semana se penalizó el auto canibalismo, el presidente estableció día de luto nacional, el día que el pescador había encontrado los cadáveres. Con el tiempo aquel día se convirtió en un lunes festivo más.
Dos meses alimentó la tragedia a los medios, cuatro meses a los políticos en votación, seis meses a los políticos nacionalistas, tres años a los de izquierda y unos cuantos más a los anarquistas, pero al final todos la olvidaron…
De El Colmo se habló mucho, pero se hizo poco. Los extranjeros petroleros echaron de menos a aquellos pueblerinos que se quejaban de la playa negra. Aquella playa que aún se manchaba de petróleo algunas veces, pero por la cual nadie volvió a reclamar

 

 


 

 

*Tomado del Suplemento des-orbita Nº 3 (Periódico desde abajo)

 

Salvajismo Literal:

Manifiesto de un maní de fiesta

¿Me amas? Sí a meses

Sanguaza amorosa

Mezcolanza bestial o cadáver ex quesillo

Cemento o agua tiesa

Poe. Cía. Ltda.

El Sayayin

Conclusiones