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Himno al amor

Obra destacada de la artista Rosenell Baud

Un poema de Friedrich Holderlin

Dejad de lado a los amigos, ofended

a parientes,

agravad a los poetas -¡qué agradecidos!-

y que Dios absuelva. Pero debéis respetar

el alma de los que se aman.

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A un retrato

Al pintor Juan Soriano*. Obra destacada Retrato de Elena Garro

Un poema de Octavio Paz*

No suena el viento,
dormido allá en sus cuevas
y en lo alto se ha detenido el cielo
con sus estrellas y sus sombras.
Entre nubes de yeso arde la luna.
El vampiro de boca sonrosada,
arpista del infierno, abre las alas.
Hora paralizada, suspendida
entre un abismo y otro.
Y las cosas despiertan, vueltas sobre
si mismas,
y se incorporan en silencio,
con el horror y la delicia
que su ser verdadero les infunde.

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Fabián Rendón*

(Ante su grabado Fiestas de Colombia)

Un poema de Pablo Montoya*

El diablo. El diablo que no se cansa de bailar. El diablo rojo y esbelto. El diablo tamborero y maraquero. El diablo flautista, acordeonista y carraquero. De ti brota ese diablo como una felicidad vaporosa. Como un sueño pintado con los matices del aire, del agua, del fuego y de la Tierra. Tu diablo cierra las alas y encoge los cuernos y la cola para meterse en la música. Diablo iluso y frágil. Diablo bulloso, fantasioso, mentiroso, amoroso. Diablo que crea este país que en ti se festeja festejando el universo. Diablo cuyas llamas son el polvo de tus estrellas. Diablo que, de pronto, esconde su tridente para murmurar una canción. Y nostálgico busca la canoa. Y se adormece viendo las aguas del gran río. Viéndote a ti, Fabian, que lo acompañas.

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Un golpe de estado

Imagen destacada: Le general Bonaparte au Conseil des Cinq-Cents, Bouchot

Un cuento de Guy de Maupassant

París acababa de enterarse del desastre de Sedan. Se proclamaba la República. Francia entera jadeaba al comienzo de esa demencia que duró hasta después de la Comuna. Se jugaba a los soldados de una punta a otra del país.

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Desobediencia civil

por Henry David Thoreau*

Acepto de todo corazón la máxima: “El mejor gobierno es el que menos gobierna” [1] y me gustaría verla aplicada de una manera más rápida y sistemática. Llevada hasta sus últimas consecuencias conduciría a esta otra, en la que también creo: “El mejor gobierno es el que no tiene que gobernar en absoluto.”

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Fragmento del libro Tríptico de la infamia de Pablo Montoya

Impresión de Théodore de Bry al ver La Masacre de San Bartolomé (Imagen destacada) del pintor Francis Dubois. Obra que retrata la barbarie de las guerras de la religión en Francia durante el siglo XVI.

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Errancia

Obra destacada: El espejo falso, Magritte, 1968

Por Manuel Mejía Vallejo*

El sueño andaba solo, sin quién lo soñara. Su errancia fue concentrándose hasta adquirir cierta lejana semejanza de hombre.

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Documental: Gaitán sí

«Reconstruye los momentos más importantes de la vida privada, política y profesional del líder popular Jorge Eliécer Gaitán, que se inicia con las especulaciones sobre la fecha y lugar de su nacimiento, hasta 62 días antes del 9 de abril de 1948, cuando pronuncia en la Plaza de Bolívar su célebre Oración por la paz, en protesta por la violencia de la época.» (sinopsis tomada de la cinemateca distrital, Bogotá)

Dirección: Maria Valencia Gaitan. 1998

Crónica de un amor loco

Imagen destacada: La serpiente gigante, 1935, Max Ernst

Por Eduardo Escobar*

Aquella tarde de junio de un sol tímido estaba invitado a las seis a un recital del poeta Álvaro Mutis en el Palacio de Nariño, en Bogotá. Y a un vino de honor después según rezaba la cartulina rectangular, amarillenta. Dejé descansar el trabajo a las tres; abandoné la oficina más temprano que de costumbre; a las cuatro me hallaba en mi apartamento, un pequeño piso de un verde de aceituna vieja a la sombra húmeda de Monserrate y me había colgado una corbata ancha, de seda, con arabescos, a la moda de entonces, que fue de mi padre, entonces recién muerto, me había puesto la percha, como solíamos decir en nuestra juventud, quiero decir, el vestido sombrío, de rayas, que uso siempre que debo mezclarme con Bretaña y había calzado mis mejores zapatos negros y peinado como mejor se pudo el alboroto perpetuo de la cabeza que me hizo objeto de burlas en la infancia remota, en el espejo de medio cuerpo enfermo de hongos. Antes de las cinco, me encaminaba muy orondo, con la invitación en el bolsillo, hacia el barrio sombrío donde queda la casa de los presidentes de Colombia, rodeada aquellos días, según me acuerdo, de jóvenes araucarias oscuras y rosas de Arabia que nunca florecieron. Como era temprano todavía al pasar por la avenida Jiménez y hacía un frío del demonio, decidí tomarme la libertad de un trago en La Romana mientras repicaban el cuarto en el campanario de la iglesia de San Francisco. Me acomodé al fondo. En un reservado en penumbras. Bajo una lámpara polvorienta de luz tísica. Pedí un brandy. Encendí un cigarrillo. Y me dispuse a dejar correr el tiempo.

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El huésped de Drácula

Foto por Luis A. Gutierrez

Por Bram Stoker*

Cuando iniciamos nuestro paseo, el sol brillaba intensamente sobre Múnich y el aire estaba repleto de la alegría propia de comienzos del verano. En el mismo momento en que íbamos a partir, Herr Delbrück (el maitre d’hôtel del Quatre Saisons, donde me alojaba) bajó hasta el carruaje sin detenerse a ponerse el sombrero y, tras desearme un placentero paseo, le dijo al cochero, sin apartar la mano de la manija de la puerta del coche:

-No olvide estar de regreso antes de la puesta del sol. El cielo parece claro, pero se nota un frescor en el viento del norte que me dice que puede haber una tormenta en cualquier momento. Pero estoy seguro de que no se retrasará -sonrió-, pues ya sabe qué noche es.

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MALVANEGRA/MALVALOCA

Por Alberto Bejarano

(B S D P) Bárbara soledad de Palermo

Monólogo de/en Soledad brava

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Venus y Adonis

Imagen destacada: Venus y Adonis de Tziano. Madrid, Museo del Prado

Un poema de Juan Gustavo Cobo Borda*

Los brazos de Venus
acogen la muerte
ya próxima
y retienen el aliento
como el amor, en su cima,
contiene la respiración
y así dilata
la magnificencia del goce.


La suavidad de esa espalda
ofrecida sin atenuantes
torna bendita la carne.
Los ángeles duermen
para disimular sus ansias
y los perros alargan el horizonte
en pos de la presa marcada.

El propio Adonis
se aleja ya
del cuerpo de Venus
impregnado aún
con su posesividad enajenada.


Ante el destino que todo lo sabe
Venus percibe, en la boca del estómago,
ese vacío que es todo amor
en su fuga impiadosa.


Entre los cipreses
un aire dulce
besa
la cruel escena
que todos los días se repite
en todas partes.


Ese aire
es el único consuelo
que brinda el arte.

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Prohibido hablar con otro que no sea yo

Ilustración de Tayfun Dereli

Nâzim Hikmet (Salónica, 1902 – Moscú, 1963)

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento* – Especial para Desorbita

Toda la propaganda política de guerra, todos los gritos y mentiras y odio,

provienen invariablemente de gente que no está peleando.

GEORGE ORWELL

No existe fracaso en la vida hasta que tratas de ser alguien que no eres.

No hay forma de fracasar si eres tú mismo.

PHILLIP DEERE (Médico de la tribu Muskogee Creek)

Las palabras no alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma.

JULIO CORTÁZAR

No es fácil hablar de un hombre, un poeta, un artista, sobre todo cuando se ha estado allí apenas en la ficción, que pasó 31 de sus 61 años en la prisión o en el exilio, esos dos tipos de cárcel, tan indignos de la condición humana, tan execrables el uno como el otro. Espacios en los cuales, por esas paradojas del arte y de la vida, está lo más sobrecogedor de su literatura. Aunque nació en Salónica, ciudad griega parte entonces del Imperio Otomano, el 20/nov/1901, fue registrado apenas el 15/ene/1902, de ahí que figure como fecha oficial. Uno de los más importantes presos políticos de la historia al lado de figuras como Antonio Gramsci, Eugene Debs, Nelson Mandela, Mumia Abu-Jamal, Luíz Inácio Lula da Silva.

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Sobre ti todavia

Imagen tomada de internet, autor desconocido

Un poema de Nazim Hikmet*

I

Yo amo en ti
la aventura del barco navegando hacia el polo
Yo amo en ti
la audacia de los autores de grandes descubrimientos
Yo amo en ti lo lejano
yo amo en ti lo imposible
Entro en tus ojos como en una selva
toda llena de sol
Y sudoroso, hambriento e iracundo
aliento la pasión del cazador
por morder en tu carne.
Yo amo en ti lo imposible
pero de ningún modo la desesperanza.

II

Eres mi servidumbre y eres mi libertad
eres mi carne que arde
cual la carne desnuda de las noches de estío
Tú eres mi país
Tú, con estrías verdes en tus ojos castaños
Soberbia y victoriosa
tú eres mi nostalgia
de saberte inaccesible
en el momento
en que te alcanzo.

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Mirando la luna

Foto por Luis A. Gutierrez

Un poema de Zhang Jiuling* (673 – 740)

Sobre el mar crece

una luna de satén.

Los dos la contemplamos

desde extremos diversos.

Triste lamento

la noche tan larga

y me acuerdo de ti.

Apago del farol:

prefiero la luz de la luna.

Me pongo el capote y salgo.

Me duele no poder atrapar

un rayo de luz y ofrecértelo.

Regreso y me tiendo en el lecho.

Quizá pueda verte en el sueño.

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El ahogado más hermoso del mundo

Cinco cuentos de Gabo (5 de 5)

Por Gabriel García Márquez

Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.

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Un señor muy viejo con unas alas enormes

Cinco cuentos de Gabo (4 de 5)

Por Gabriel García Márquez

Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas.

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La prodigiosa tarde de Baltazar

Cinco cuentos de Gabo (3 de 5)

Por Gabriel García Márquez

La jaula estaba terminada. Baltazar la colgó en el alero, por la fuerza de la costumbre, y cuando acabó de almorzar ya se decía por todos lados que era la jaula más bella del mundo. Tanta gente vino a verla, que se for­mó un tumulto frente a la casa, y Baltazar tuvo que descolgarla y cerrar la carpintería.
         —Tienes que afeitarte —le dijo Úrsula, su mujer—. Pareces un capuchino.
         —Es malo afeitarse después del almuerzo —dijo Baltazar.

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Un día de éstos

Cinco cuentos de Gabo (2 de 5)

Por Gabriel García Márquez

El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.

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Ojos de perro azul

Cinco cuentos de Gabo (1 de 5)

Por Gabriel García Márquez

Entonces me miró. Yo creía que me miraba por primera vez. Pero luego, cuando dio la vuelta por detrás del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien la miraba por primera vez. Encendí un cigarrillo. Tragué el humo áspero y fuerte, antes de hacer girar el asiento, equilibrándolo sobre una de las patas posteriores. Después de eso la vi ahí, como había estado todas las noches, parada junto al velador, mirándome. Durante breves minutos estuvimos haciendo nada más que eso: mirarnos. Yo mirándola desde el asiento, haciendo equilibrio en una de sus patas posteriores. Ella de pie, con una mano larga y quieta sobre el velador, mirándome. Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: «Ojos de perro azul». Ella me dijo, sin retirar la mano del velador: «Eso. Ya no lo olvidaremos nunca». Salió de la órbita suspirando: «Ojos de perro azul. He escrito eso por todas partes».

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